martes, 18 de enero de 2011

LEALTAD A LA PERTENENCIA

La pertenencia está ligada al origen y a la procedencia. Pertenecer a una determinada familia hace que nos sintamos parte de ese grupo en el que nacimos y a partir de la convivencia cotidiana, compartimos tradiciones, acciones y formas de pensar con el resto de los miembros de la familia.
Me resulta un tema muy interesante el homenaje que se realiza hacia los padres, abuelos y a las figuras de referencia de la familia biológica  que están presentes desde el inicio de la vida.
En mi caso, este homenaje ha ido desde querer tener la misma profesión, llegar a hacer realidad sus ilusiones, tener los mismos gustos para vestir, hacer mía su forma de pensar, sus frases, sus valores y creencias (No te fíes de nadie, hay que mirar el lado positivo de las cosas, más vale estar solo que mal acompañado...y todo esto, sin ningún criterio ni filtro, ya que cualquier cuestionamiento podía ser una traición a esa tradición), hasta todo lo contrario, que es no querer parecerme ni tener ninguna relación con este vínculo familiar y buscar mi propia famiia afectiva.
Entre estos dos extremos, en esta alternancia involuntaria o sin control de sentimientos, con amor y dolor en el centro mismo del corazoncito, se encuentra un vértice común: LA LEALTAD hacia la pertenencia. 
La distinción y consideración hacia mi familia de origen existe e insiste en mostrarse, por encima de todo, por encima de mi felicidad, por encima de mi libertad, por encima de mi empeño en que no sea así, ya que aunque yo no quiera parecerme a ellos, en cualquier frase o cualquier gesto, aparecen ellos, camuflados, disfrazados, al fin y al cabo, siempre presentes. 
Es mi señal de identidad, de vínculo con la vida... y al fin y al cabo representa el apoyo, el amor y el afecto recibido (haya sido ninguno, poco o mucho y expresado a su manera).

Y cuando veo todo el esfuerzo invertido en no ser como ellos y a la vez, el sentimiento tan necesario de pertenencia, siento que es más fácil aceptar esta pertenencia que querer borrarla y hacerla desaparecer. 
Claro que, reconocer esto es fácil cuando nuestras relaciones son buenas, cuando no hay ningún conflicto, pero, ¿cómo hacerlo cuando me siento lejana a todo lo que es la familia de origen, cuando siento que no tengo sus valores, ni hablo su mismo idioma, ni educo a mis hijos de la misma manera que ellos me educaron a mi, ni puedo aceptar que hay un afecto y respeto hacia ellos, ni siento que han hecho un esfuerzo y tampoco agradezco la herencia que me han dado?


Para mi, la pertenencia no es ser todos los miembros del grupo iguales, ni repetir lo transmitido de unos a otros, sin criterio, sino aceptar al otro como es, es la unidad en la diversidad, es dar y recibir apoyo, darle herramientas al otro para que pueda experimentar la vida por mi misma, y en cada experimento, poder compartir lo aprendido propio y ajeno. Y si esto no lo recibo del grupo al que pertenezco, lo necesito buscar en otra familia, la afectiva.
Se trata de sumar y no restar, con el bagaje de la herencia y con el apoyo que yo recibo de mi entorno, de la familia afectiva que yo tengo a mi alrededor, voy construyendo mi vida, con las experiencias que me dan la existencia de la lealtad a la pertenencia.